Érase una vez…
A medianoche, las herramientas de una carpintería se reunieron en una extraña asamblea para resolver las diferencias que les impedían trabajar juntas.
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Martillo quiso presidir, pero fue vetado:
“No puedes presidir, Martillo –le dijo la asamblea–. Haces demasiado ruido y no paras de golpear.” -
Martillo aceptó, pero pidió expulsar al Tornillo:
“Te doy vueltas y vueltas y solo retrasas todo.” -
El Tornillo aceptó, pero exigió que se fuera también la Lija:
“Es muy áspera y genera fricciones.” -
La Lija, por su parte, pidió expulsar al Metro:
“El Metro mide todo con su única vara como si fuera perfecto.”

De pronto
entró el Carpintero, se puso a trabajar usando esas mismas herramientas (martillo, tornillo, lija, metro)… y transformó la madera en un bello mueble. Después, se fue sin decir palabra.
Al retomar la asamblea, intervino el Serrucho:
– “Hemos visto que tenemos defectos, pero el carpintero usa nuestras cualidades. Debemos enfocarnos en lo que aportamos en lugar de nuestras limitaciones.”
Así reconocieron que:
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El Martillo es fuerte.
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El Tornillo une y da firmeza.
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La Lija refina y pule.
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El Metro es preciso y exacto.
Se sintieron parte de un equipo valioso y capaz de crear piezas de calidad.
Enseñanza para la educación
Lo mismo ocurre en las aulas: cada alumno/a es único, con talentos, dificultades y ritmos particulares. El docente (el “Carpintero”) no busca uniformidad, sino resaltar capacidades, ofrecer apoyos y construir un espacio inclusivo donde todos puedan aprender.
“La inclusión no está en los papeles ni en la cabeza… la inclusión está en el corazón.”